FILOSOFIA Y CIENCIA: UNA AMBIGUA RELACIÓN
El origen de la ciencia se remonta al hallazgo del método científico, aquella garantía procedimental para el investigador de acceder a conocimientos universales y necesarios. Pero ese hallazgo supuso también la separación hasta ahora irreversible entre las dos formas más conspicuas cómo el hombre hizo del cosmos un asunto del pensamiento, me refiero a la filosofía y la ciencia (moderna).
En sus orígenes la ciencia y la filosofía constituían una unidad difícil de precisar cuáles eran sus límites y alcances. En realidad, desde la antigua Grecia y hasta el final del Renacimiento, la Filosofía abarcaba todo el saber y todo el contenido de lo que hoy llamamos ciencia.
La filosofía se inquietaba por pensar el ser de las cosas y el de la propia totalidad, a la que los antiguos filósofos jonios llamaron, physis. Dicha physis se presentaba al ser humano es su inaudita complejidad, belleza y armonía. Como si un orden describiese el decurso de las cosas. Un orden que lo sentidos no atinaban a dar cuenta, por el contrario, la negaban, pues frente a la percepción sensible el cosmos, ese mundo ordenado, se mostraba terriblemente confuso, caótico, un mar embravecido movido por impulsos súbitos, descontrolados y desarmónicos. Si Pitágoras pensaba que el movimiento del Cosmos, desplegaba una música suprema para el oído cultivado en la racionalidad matemática, en cambio, para el investigador apegado a los sentidos, sólo habría un oír desagradable, la cacofonía como resultado de ese movimiento aparentemente errático de las cosas naturales. Desde entonces la experiencia se fue relegando como eficaz forma de conocer las cosas, su desconfianza aumento con su proclividad a la confusión y al error. La esencia de las cosas, el arché de los filósofos presocráticos, no era accesible a la experiencia. Como tampoco lo era el por qué, la razón o causa explicativa que subyace a los hechos observados.
La filosofía nació con la pretensión desmesurada de conocer el orden, la necesidad, la armonía de la totalidad de cosas.
Por su parte, la ciencia que surgió entre los S. XVI y S. XVII de nuestra era, se alejó de la filosofía, en el abordaje que ella hacía de las cosas de la mano de la razón pero de espaldas a la experiencia. Por ejemplo, las ciencias naturales, las primeras de las ciencias modernas en desarrollarse con mayor éxito, basaron su pretensión de construir un sistema de conocimientos rigurosos y verificados, a apelando a la experiencia, o más precisamente, a la observación directa. Y en ese paso, la filosofía era una mala acompañante de la ciencia, ésta acabó reduciendo a la filosofía en colaboradora del proceder metodológico de la ciencia. A la filosofía, otra vez, se la pretendió encasillar como “sierva”, pero esta vez no de la religión, como en la Edad Media, sino de la vigorosa y naciente ciencia moderna, moderna por el método de investigación que se empezó aplicar con inusitado éxito.
De ahí que las dos principales corrientes filosóficas sobre el conocimiento, desde los inicios de la Modernidad, se enfrentaron en apasionado debate: el racionalismo, que se fundó en los aspectos lógico-racionales del conocimiento, y el empirismo, que afirmó la validez indiscutible de la experiencia con respecto a la producción del conocimiento científico. La virtud del racionalismo es su capacidad de interpretar los fenómenos en una visión de conjunto que da paso al enunciado de una teoría. Lo universal resaltaba por encima de lo particular, del caso concreto. El empirismo, en cambio, aseguraba un análisis mayor, aplicando la observación, la experimentación, la fidelidad a los hechos observados, ganando una mayor comprensión del caso concreto, aunque una menor extensión en el estudio de dicha realidad.
En la historia de la filosofía occidental el emirismo estuvo defendido ejemplarme por el pensador escocés David Hume. En cambio, el racionalismo tuvo en Descartes a su tenaz difusor. El intento de reconciliar estos dos opuestos, empirismo y racionalismo, representó el esforzado intento de la filosofía kantiana, con su propuesta denominada, el criticismo.
En cualquier caso, el papel de la filosofía se debatió entre acompañar a la ciencia, como la que ayuda a reflexionar, razonar, sobre el quehacer científico, una vez que ésta ya obtuvo sus hallazgos mediante la observación; o como la que guía, más bien, a los hombres de ciencia, con su lógica y racionalidad, solo confirmada o corroborada por los hechos, en un momento posterior.
Catedrático: CARLOS CASTILLO RAFAEL
Por: CARLOS CASTILLO RAFAEL