jueves, 27 de octubre de 2011

FLORA TRISTAN Y LAS TRAMPAS DEL AMOR

FLORA TRISTAN Y LAS TRAMPAS DEL AMOR
 Por: CARLOS CASTILLO RAFAEL (Filósofo y Profesor Universitario)


Una de las peores consecuencias de la discriminación de género es que penaliza la actitud reivindicatoria. Distrae y disuade la reflexión crítica capaz de contrarrestar al discurso oficial de opresión. Por otro lado, y tras un largo proceso de formación y disciplinamiento, las mujeres aprendieron no hacer público “sus dolores y sus necesidades” (*). Su condición de género discriminado quedó invisibilizado. Reducido y banalizado a un problema casero de pareja, que no ameritaba la atención o intromisión de la sociedad y, mucho menos, la del propio Estado.  La manera de valorar la indisolubilidad del matrimonio, era una prueba de ello.

Con relación a las mujeres el matrimonio, según Flora Tristán, era la puerta de entrada para su estado de servidumbre. Para el varón, en cambio, era el acceso a su dominio práctico y diario sobre el otro sexo. El amor se reducía a una trampa. La sutil estrategia de dominación, socialmente admitida, de un género por otro.

La mujer al entregarse sexualmente al varón en aras del amor que le profesa, inauguraba una relación de dominación que recreaba una vida doméstica anodina, coronada con el cumplimiento y exaltación de la función reproductora del ama de casa. El matrimonio consagraba ese sentimiento y, a la vez, legitimaba la opresión masculina desencadenada por el acto de amor. La crítica de Flora se dirige, entonces, contra la impunidad y la sacralidad de esa institución. Frente a ella reivindica la posibilidad del divorcio.

No obstante, Flora sabía muy bien que el matrimonio no era sino el síntoma, el mal era la forma conservadora, represora y sexista en que se entendía el amor. “Las necesidades de la vida ocupan por igual a uno y otro sexo. Pero el amor no los afecta a cambios en el mismo grado. En la infancia de las sociedades el cuidado de su defensa absorbe la atención del hombre. En una época más avanzada de la civilización, el de hacer fortuna. Pero en todas las fases sociales el amor es para la mujer la pasión central de todos sus pensamientos”.

La cultura había aleccionado de generación tras generación que la mujer debía entregarse íntegramente al hombre convertido en su marido. Una entrega sumisa de la que en ningún momento, por ninguna circunstancia, ella podía renunciar ya que, en nombre del amor, había aceptado vincularse (o encadenarse) a quien tomaría en adelante el control de su vida. Por ejemplo, tenía el monopolio sexual de su consorte.

No obstante, la relación matrimonial en la que culminaba (real o aparentemente) el lazo sentimental, que unía a un varón con una mujer, representaba sólo la consecuencia visible de la subordinación de uno de los géneros. La causa oculta y decisiva era la forma como se la manipulaba a la mujer hablándole (con) del amor, precisamente lo contrario de lo que significaba esa subordinación. Flora lo afirma con contundencia “Esta sociedad organizada para el dolor, en la cual el amor es un instrumento de tortura, no tenía par mí ningún atractivo. Sus placeres no me daban ninguna ilusión, veía el vacío y la realidad de la ventura que a ella se había sacrificado”.

Cuando el amor frustra y el sexo encadena

La fuerte influencia y formación de la cultura y la sociedad le dio un nombre a la debilidad de la mujer. Su debilidad es amar como lo hace. Por su naturaleza este amor es un acontecimiento íntimo, privado, sólo conocido por la pareja. Más si la pareja se aprovecha  de esa pasión, acrecentándola para hacer más dependiente de si a la mujer, el ámbito privado se convierte en la jaula de hierro de la cual la mujer no puede escapar a pesar que ella misma contribuyó a construirla. A ello se agrega que la sociedad, con sus costumbres y creencias conservadoras, prescribe la pertinencia y la obligación de ese encierro. Por otra parte, el carácter privado de esta reclusión en la que se desdibuja el matrimonio, lo vuelve desconocido y difícil de ser condenado por la opinión pública.

Flora vivió en carne propia este padecimiento del amor. Cuenta que “mi madre me obligó a casarme con un hombre a quien no podía amar ni estimar”. Ella logró separarse a los veinte años de esa relación-prisión. Separación que le causo un sin número de penalidades por haber subvertido las reglas morales establecidas por el hombre y por Dios.

Desde entonces en el Perú, aunque no solamente en él, la pregunta formulada por Liuba Kogan es incomoda y oportuna ¿Porqué el amor frustra y el sexo encadena?. En el Perú del siglo XIX, y me temo que aun todavía, el amor romántico, alentado desde el pulpito  y convenido por las reglas sociales, era fuente de profunda desigualdad. Un amor definido en términos heterosexuales, que no supone necesariamente la igualdad de los amantes, donde no hay equilibrio de poder y en lugar de co-dependencia hay, más bien, una dependencia más que sexual (sentimental, económica, social, incluso, moral y religiosa) de la mujer respecto al varón.

El amor romántico toma su distancia del sexo. Este para ser moralmente sano debe ser conquistado por el matrimonio. Si el amor se consagra con el matrimonio, el sexo se sublima con el contrato civil y, sobretodo,  el oficio religioso, dejando de ser puro instinto. En realidad, el matrimonio  es el espacio donde se cría la doble moral de cualquier sociedad conservadora: Por un lado, el casto amor que vincula a dos personas de distinto sexo para disfrutar de el, por otro lado, la atracción sexual que consuma el lazo marital y asegura la dependencia de un género sobre otro.

Desde este punto de vista, para las mujeres como Flora el amor es una trampa y toda reflexión que no parta de este supuesto, lo avala.     


(*) Todas las citas fueron tomadas de Peregrinaciones de una Paria. Lima, Ed. Cultura Antártica, 1946.

miércoles, 19 de octubre de 2011

EPISTEMOLOGÍA. SUMARIO DE LA TERCERA CLASE

EPISTEMOLOGÍA

Sumario de la Tercera Clase

¿Qué es lo que se conoce y cómo se conoce en la Grecia del siglo VI a. C.? Responder a estas cuestiones facilitará la comprensión de la episteme antigua.

El conocimiento de la totalidad de las cosas es la episteme. Pero los griegos hablaban también de un cierto tipo de conocimiento primordial al que denominaban sophia, sabiduría ¿De qué naturaleza era tal saber y qué agrega al término episteme? La palabra sophia aparece relacionada al término filia, amor, dentro del vocablo filosofía, traducido usualmente por “amor a la sabiduría”. De suerte que para saber qué clase de conocimiento es la sabiduría hay que reconocer, primero, de que índole es el amor que la impulsa hacia ella y la acapara.

Con la palabra filia los griegos evocaban el amor en el sentido de preocupación por algo o por alguien. El ejemplo notable al respecto es el amor del amigo, quien se preocupa por el otro, quien ama a otro sin esperar ser correspondido. En ese sentido, el filo-sopho sería el que ama o se preocupa por el saber, y ello lo hace sin desear retribución alguna, en realidad, lo hace por puro amor al conocimiento. Sin embargo, tal preocupación  revela una ausencia que invita a echar de menos, preocuparse, por otro o por algo. Dicha ausencia que se hace notoria, patente, cuando se ama, y cuando más ama, es un signo distintivo del amor. Los griegos llamaban al dios del amor eros. Según el mito de Diotima contado por Sócrates, eros, se concibió el día en que cumplía años Afrodita, la diosa de la belleza. Sus padres, Penia (la diosa de la carencia y pobreza) y Poros (el dios de la abundancia y la plenitud), le heredaron los rasgos que ella invariablemente presenta: el amor es a la vez ausencia y plenitud, carencia y abundancia. En suma, el amor es el deseo de lo que uno carece, el deseo de aquello que uno no tiene, de lo que le falta.

En el caso del filo-sopho, ama aquello de lo cual carece, sabiduría. Pero el saber de su carencia lo libra de ella, de ser un craso ignorante. El filósofo es el amante del saber porque se preocupa por el, en la medida en que cae en la cuenta que no tiene sabiduría. Y su amor es más radical cuanto más  evidente se hace su carencia, pues estará estimulado irrefrenablemente  a renunciar a esa carencia, a escapar de esa falta de saber.  El filósofo ama porque no tiene conocimiento, esa es su carencia, pero en tanto  echa de menos de lo que carece, se preocupa por el, o sea, sabe de su carencia y se libra de ella, esa es su plenitud. El filósofo está en tránsito entre la ignorancia y la sabiduría, es un llegar a ser sabio desde una ignorancia reconocida constantemente. Por eso es que los ignorantes ni los dioses aman el conocimiento, los primeros por que no conocen  ni se dan cuenta de su estado de ignorancia de manera que persisten en ella; los segundos, no aman el saber porque ya son sophos, sabios. El filósofo, como Sócrates, sólo sabe de su ignorancia y de la manera desesperada de escapar de ella. Sólo sabe (eso lo diferencia del ignorante) que no sabe (eso lo diferencia del sabio).

Tal es la naturaleza del amor de quien filosofa. Un amor a lo bello, no terrenal, sino urania, por tratarse de algo espiritual que no sucumbirá al paso del tiempo, con el devenir de las cosas: la sabiduría. Pero ¿de qué clase es este conocimiento? Si episteme era conocimiento de todo lo que es (physis), sabiduría es el conocimiento de la physis que se accede a través del conocimiento de su principio, el arché. La palabra arché significa principio en cuatro sentidos: el principio explicativo de todas las cosas; el principio que origina y fundamenta todas las cosas, el principio que gobierna o regula todas las cosas, dándoles orden (cosmos); el principio de lo que están hechas (la sustancia o materia de) todas las cosas. Los griegos pensaron que la única forma de conocer la physis era conociendo su arché. Desestimaron conocerla a través de sus partes (como lo hace ahora la ciencia moderna), pues tales partes son infinitesimales, lo que desalentaba la tarea de conocerlas. En cambio, conociendo  la esencia de la totalidad de las cosas, de lo que deviene, de lo que es, era posible acceder a la verdad de esa totalidad.

Y ¿Cuál es el arché de la physis, el principio de todo lo que es? A este respecto los filósofos presocráticos darán muchas respuestas, todas ellas sugerentes: Para Tales tal principio será el agua; para Heráclito, el fuego; para Anaxímenes, el aire; para Demócrito, el átomo; para Pitágoras, el número; etc. Pero la respuesta  más reveladora fue dada por Parménides quien reconoció que el arché de la physis es aquello que hace posible todas nuestras preguntas sobre qué es algo (o ti) o porqué es lo que es (dioti); siendo también lo que hace posible todas nuestras respuestas cuando definimos algo o indicamos su causa, su razón de ser. Dicho arché es el ser. Todo es, incluso la nada, nada es. El ser es lo más universal y lo más auténtico de lo que algo es. Pensar en el ser es de lo que trata la metafísica. De manera que el conocimiento metafísico en torno al ser es la sabiduría. Saber por la cual indaga el filósofo cuando se pregunta por el arché de la physis.

Y esta sabiduría es sabrosa porque es un conocimiento que procura ante todo la felicidad. Para los griegos conocer la physis, o la totalidad de las cosas ordenas por su principio, esto es, el cosmos, era indispensable para alcanzar la felicidad. Ya que sólo sabiendo lo que el mundo ordenado es, se podría atisbar cuál es el papel del ser humano en este mundo, cuál es su lugar en el cosmos. Y al saber esto se podría vivir conforme es debido, no en  función de una moral convencional, sino en relación armónica y estrecha con el decurso de todas las cosas, conforme a la naturaleza de la cual el ser humano es parte inseparable. Y viviendo conforme al cosmos se podría ser feliz. El sabio, en suma, conoce todas las cosas, porque conoce su principio, su causa. Y ese conocimiento le procura paz y felicidad porque vive conforme ese conocimiento.

El filósofo ama esa felicidad cuando ese ama conocimiento, sabiduría, al que se encamina desde el fondo de su ignorancia.



Catedrático: CARLOS CASTILLO RAFAEL

EPISTEMOLOGÍA. SUMARIO DE LA PRIMERA CLASE

EPISTEMOLOGÍA

Sumario de la Primera Clase

¿En qué se piensa cuando se habla de epistemología? El nombre de nuestro curso está conformado por dos términos griegos, vocablos decisivos a lo largo de la historia de la filosofía:
-Episteme, cuya traducción parcial sería conocimiento, pero siendo más rigurosos diríamos que se trata de un conocimiento de una cierta índole, que invita a seguir conociendo, que abre nuevas perspectivas para seguir conociendo, que genera una apetencia, una adicción por conocer. Se trata de un saber con pretensiones de verdad y universalidad (de ahí que también se traduzca como ciencia), pero sobretodo es un saber que deleita a quien lo posee, en suma, un conocimiento sabroso.
- Logos,  que suele traducirse por tratado, pero cuyo significado auténtico es la razón de ser de algo, el principio explicativo de la realidad  y, por ende, el acceso racional para la comprensión  de la realidad. Es la manera de conocerla apelando a la razón.

Los griegos en el mundo antiguo van ser los que lleven esta sed de conocimiento racional a su máxima expresión. Otros pueblos, (Caldeos, egipcios, babilónicos, indios, etc.), elaborarán pensamientos sofisticados, pero mezclados de creencias propias de la magia y la religión. Logos y episteme indican una investigación del conocimiento que no da nada por supuesto hasta que no sea confrontado con la razón. Y, a la vez, sugiere la tarea permanente por conocer, por escapar del pozo de la ignorancia en la que usualmente nos encontramos sin advertirlo, como en el caso de la sirvienta tracia que se burla de Tales por preocuparse más en investigar la verdad que cuidar de los asuntos prácticos y cotidianos.

En otras palabras, EPISTEMOLOGÍA, en principio, y evocando su etimología, significa la investigación racional del conocimiento, la investigación de nuestra manera de conocer. A veces, también, cuando es una explicación acabada sobre todo lo relacionado con el conocimiento indica una “teoría del conocimiento”.

En realidad, la palabra epistemología reaparece en el mundo moderno. Antes de esa época, se hablaba de gnoseología (de gnosis, conocimiento, y logos, razón) en el sentido de una investigación del conocimiento. El problema es que el término gnoseología era empleado por tendencias filosóficas de orientación escolástica, y, por tanto, no representaba una investigación del conocimiento en general, sino cierta investigación del conocimiento desde una perspectiva y sobre la base de determinados presupuestos de una filosofía en particular.

En cambio, la palabra epistemología pretende ser una investigación del conocimiento lo menos tendenciosa posible, evitando aceptar algún presupuesto previo de cualquier filosofía, tratando más bien de dar cuenta racional de esos presupuestos, reflexionando sobre ellos y explicando su lugar en la manera de conocer. Razón por la cual en el contexto moderno la epistemología es relacionada con una teoría del conocimiento científico. Aludiendo con el apelativo de científico un conocimiento verdadero. En todo caso, ese apelativo revela aquella herencia del mundo antiguo por la posesión de un conocimiento sabroso.

De manera que para acceder a la comprensión auténtica de la palabra epistemología, para dar con sus alcances y perspectivas, es conveniente reflexionar sobre la génesis de los dos términos griegos que la mientan: episteme y logos. Y ello hay que hacerlo en el contexto histórico en el que aparecieron esos términos: la filosofía griega del siglo VI A de C.

Catedrático: CARLOS CASTILLO RAFAEL