EPISTEMOLOGÍA
Sumario de la Tercera Clase
¿Qué es lo que se conoce y cómo se conoce en la Grecia del siglo VI a. C.? Responder a estas cuestiones facilitará la comprensión de la episteme antigua.
El conocimiento de la totalidad de las cosas es la episteme. Pero los griegos hablaban también de un cierto tipo de conocimiento primordial al que denominaban sophia, sabiduría ¿De qué naturaleza era tal saber y qué agrega al término episteme? La palabra sophia aparece relacionada al término filia, amor, dentro del vocablo filosofía, traducido usualmente por “amor a la sabiduría”. De suerte que para saber qué clase de conocimiento es la sabiduría hay que reconocer, primero, de que índole es el amor que la impulsa hacia ella y la acapara.
Con la palabra filia los griegos evocaban el amor en el sentido de preocupación por algo o por alguien. El ejemplo notable al respecto es el amor del amigo, quien se preocupa por el otro, quien ama a otro sin esperar ser correspondido. En ese sentido, el filo-sopho sería el que ama o se preocupa por el saber, y ello lo hace sin desear retribución alguna, en realidad, lo hace por puro amor al conocimiento. Sin embargo, tal preocupación revela una ausencia que invita a echar de menos, preocuparse, por otro o por algo. Dicha ausencia que se hace notoria, patente, cuando se ama, y cuando más ama, es un signo distintivo del amor. Los griegos llamaban al dios del amor eros. Según el mito de Diotima contado por Sócrates, eros, se concibió el día en que cumplía años Afrodita, la diosa de la belleza. Sus padres, Penia (la diosa de la carencia y pobreza) y Poros (el dios de la abundancia y la plenitud), le heredaron los rasgos que ella invariablemente presenta: el amor es a la vez ausencia y plenitud, carencia y abundancia. En suma, el amor es el deseo de lo que uno carece, el deseo de aquello que uno no tiene, de lo que le falta.
En el caso del filo-sopho, ama aquello de lo cual carece, sabiduría. Pero el saber de su carencia lo libra de ella, de ser un craso ignorante. El filósofo es el amante del saber porque se preocupa por el, en la medida en que cae en la cuenta que no tiene sabiduría. Y su amor es más radical cuanto más evidente se hace su carencia, pues estará estimulado irrefrenablemente a renunciar a esa carencia, a escapar de esa falta de saber. El filósofo ama porque no tiene conocimiento, esa es su carencia, pero en tanto echa de menos de lo que carece, se preocupa por el, o sea, sabe de su carencia y se libra de ella, esa es su plenitud. El filósofo está en tránsito entre la ignorancia y la sabiduría, es un llegar a ser sabio desde una ignorancia reconocida constantemente. Por eso es que los ignorantes ni los dioses aman el conocimiento, los primeros por que no conocen ni se dan cuenta de su estado de ignorancia de manera que persisten en ella; los segundos, no aman el saber porque ya son sophos, sabios. El filósofo, como Sócrates, sólo sabe de su ignorancia y de la manera desesperada de escapar de ella. Sólo sabe (eso lo diferencia del ignorante) que no sabe (eso lo diferencia del sabio).
Tal es la naturaleza del amor de quien filosofa. Un amor a lo bello, no terrenal, sino urania, por tratarse de algo espiritual que no sucumbirá al paso del tiempo, con el devenir de las cosas: la sabiduría. Pero ¿de qué clase es este conocimiento? Si episteme era conocimiento de todo lo que es (physis), sabiduría es el conocimiento de la physis que se accede a través del conocimiento de su principio, el arché. La palabra arché significa principio en cuatro sentidos: el principio explicativo de todas las cosas; el principio que origina y fundamenta todas las cosas, el principio que gobierna o regula todas las cosas, dándoles orden (cosmos); el principio de lo que están hechas (la sustancia o materia de) todas las cosas. Los griegos pensaron que la única forma de conocer la physis era conociendo su arché. Desestimaron conocerla a través de sus partes (como lo hace ahora la ciencia moderna), pues tales partes son infinitesimales, lo que desalentaba la tarea de conocerlas. En cambio, conociendo la esencia de la totalidad de las cosas, de lo que deviene, de lo que es, era posible acceder a la verdad de esa totalidad.
Y ¿Cuál es el arché de la physis, el principio de todo lo que es? A este respecto los filósofos presocráticos darán muchas respuestas, todas ellas sugerentes: Para Tales tal principio será el agua; para Heráclito, el fuego; para Anaxímenes, el aire; para Demócrito, el átomo; para Pitágoras, el número; etc. Pero la respuesta más reveladora fue dada por Parménides quien reconoció que el arché de la physis es aquello que hace posible todas nuestras preguntas sobre qué es algo (o ti) o porqué es lo que es (dioti); siendo también lo que hace posible todas nuestras respuestas cuando definimos algo o indicamos su causa, su razón de ser. Dicho arché es el ser. Todo es, incluso la nada, nada es. El ser es lo más universal y lo más auténtico de lo que algo es. Pensar en el ser es de lo que trata la metafísica. De manera que el conocimiento metafísico en torno al ser es la sabiduría. Saber por la cual indaga el filósofo cuando se pregunta por el arché de la physis.
Y esta sabiduría es sabrosa porque es un conocimiento que procura ante todo la felicidad. Para los griegos conocer la physis, o la totalidad de las cosas ordenas por su principio, esto es, el cosmos, era indispensable para alcanzar la felicidad. Ya que sólo sabiendo lo que el mundo ordenado es, se podría atisbar cuál es el papel del ser humano en este mundo, cuál es su lugar en el cosmos. Y al saber esto se podría vivir conforme es debido, no en función de una moral convencional, sino en relación armónica y estrecha con el decurso de todas las cosas, conforme a la naturaleza de la cual el ser humano es parte inseparable. Y viviendo conforme al cosmos se podría ser feliz. El sabio, en suma, conoce todas las cosas, porque conoce su principio, su causa. Y ese conocimiento le procura paz y felicidad porque vive conforme ese conocimiento.
El filósofo ama esa felicidad cuando ese ama conocimiento, sabiduría, al que se encamina desde el fondo de su ignorancia.
Catedrático: CARLOS CASTILLO RAFAEL
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