jueves, 26 de abril de 2012

LA RELIGION EN LA QUE CREO


LA RELIGION EN LA QUE CREO


Por Carlos Castillo Rafael




Una biblioteca sin lectores es como una iglesia sin feligreses: santuario donde la verdad mora inútilmente, conservada como reliquia pero sin estimular vida.

Las bibliotecas son los últimos reductos de la verdad, quebrantada y humillada por nuestra indiferencia de todos los días a pensar los temas fundamentales de la vida

Quizás pudieran no existir locales aparentes para el estudio y ese recogimiento, casi religioso, al que la lectura invita. Pero, acaso, la auténtica biblioteca, como la iglesia, sea cualquier lugar donde dos o más personas juntan sus libros, crean una sociedad de bibliografía prestada y se entregan a la lectura con el fervor de un santo solitario.

Qué pensaríamos si en una ciudad no hubiera hospitales o farmacias ¿la gente de ese lugar no se enferma o, más bien, no tiene como curarse? Sin duda esto último. Igual debiera interpretarse el hecho penoso de que en nuestro medio no exista un número suficiente de bibliotecas, para practicar esa religión tolerante y ecuménica.

De igual manera, la rara concurrencia de un público lector a las salas de lectura debe interpretarse como la incapacidad de un pueblo de saberse enfermo, ciego a su necesidad de cura e incapaz de valorar los centros de tratamiento y a su regente, el bibliotecario. En estas condiciones es natural que se sobreestime la construcción de estadios de fútbol en lugar de bibliotecas nacionales, municipales o escolares.

Cuenta Jorge Basadre, en sus “Recuerdos de un Bibliotecario Peruano”, que su primera remembranza de la Biblioteca Nacional data de 1914 a 1915, cuando fue a leer ahí, ávido de aprender de los libros. Sin embargo, fue rechazado “por no tener la edad mínima necesaria para ostentar ese privilegio”. Tiempo después, cuando él llega a ser Director de la Biblioteca Nacional, establece, en 1947, un departamento de lectura para niños en la Biblioteca. Creo que, ésta anécdota, es un buen ejemplo de la pasión por los libros y de la gratitud que se les debe.

Tener una biblioteca a la mano y no ser usuario de ella es condenarse a una vida aguijoneada por la cruel ignorancia. No tener una biblioteca a la cual peregrinar es haber renunciado a esa hermosa y apasionante vida que los libros han legado, como un evangelio casi olvidado, a la especie humana.

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