Entre la política y la literatura pareciera interponerse un abismo insalvable debido al modo como la vida se nos insinúa en cada caso: en su precaria realidad o en su estimulante ficción. Pero ¿se puede distinguir con claridad las fronteras, esos límites que separa y, ante todo, junta a la realidad y a la ficción? A veces –como diría Bretón- vivimos en nuestra fantasía, cuando estamos en ella. Otras veces, en cambio, no podemos más que reconocer que la realidad supera toda ficción.
Uno de los grandes temas o fuentes de inspiración borgiano es el sueño, ese producto cotidiano de nuestra capacidad de hacer ficciones. El tratamiento que Borges hace del sueño es comparable al que hace un iniciado en la Cábala: sirve para interpretar, comprender de manera esencial la realidad que gusta escabullirse a nuestro pensamiento, o que sólo el pensamiento puede asirla en cuanto de racional o razonable tenga. El sueño atrapa y reproduce esa faceta de la realidad que hemos obviado. Esa perfección que se nos resiste ser real, que escapa a nuestra comprensión y nos parece absurda. En vigilia ya pocas cosas van siendo estimulantes, el hábito ha logrado acostumbrarnos a todo, especialmente a no sorprendernos.
Acaso, eso nos seduce de Borges, el genio que tiene para sorprender a nuestra razón. O nos muestra que la realidad en el fondo no es más que una ficción, o retrata la ficción tan verosímil que lo real aparenta ser los simples contenidos de ese sueño dirigido llamado, por el propio Borges, literatura. En todo caso, el sueño, como cualquier otro vástago de nuestra imaginación, es una especie de emancipación del conocimiento. Una protesta contra la realidad que desconocemos por haberla subestimado.
Sin embargo, contra lo que se piensa, esa habilidad de captar el lado oscuro, tanto como rico y vital, de lo real, no es exclusiva del artista. La sensibilidad que posibilita dicha percepción es la misma que posee y permite reconocer a un político las expectativas de su pueblo y los desafíos determinantes de su época. No podía ser de otra manera ya que la política media entre un pesimismo de la realidad y un optimismo del ideal. Entre un cuestionamiento de lo real y un desagravio de la ficción.
Como lo pensara Mariategui, la política se enfrenta a menudo a dos tendencias representadas por la figura de los escépticos y los autodenominados realistas. Los primeros, denuncian la irrealidad de las grandes ilusiones humanas. Los segundos, por su parte, aceptan las utopías como males necesarios: aun cuando no son reales los hombres tienen que creer en ellas como si lo fueran.
La política es pesimista en su condena del presente, pero optimista en la esperanza de cambio que tiene como futuro. De ahí que se proponga corregir la realidad, esa realidad que –para el Amauta- no es superficial sino profunda. Es la que se re-vela en las injusticias y luchas sociales, en el drama de la historia y en el afán del progreso humano. Con ayuda de la fantasía o la imaginación, accedemos a esa realidad sobre la que se han superpuesto ideologías. Teorías generales sobre la realidad, pero no la realidad misma.
Si, por ejemplo, nos resistimos a resignarnos ante la cruda y desesperanzadora realidad no es porque huyamos de ella para ocultarnos o consolarnos en un mundo paralelo pero irreal. Todo lo contrario. El deseo de transformar la realidad, social o política, es una prueba de cuan profundamente estamos arraigados en esa realidad que buscamos corregir. Incluso, aquello que nos sirve de guía para ese cambio y estimula las ansias de transformación social, esto es el mito, nace de la entraña misma de la realidad.
La complejidad de este intento, las dificultades de esta práctica emancipatoria, nos confunden tanto que llegamos a creer que la vida excede a la novela, (como en la obra de Siegfried y el profesor Canella), o que tras nuestra banal realidad una ficción más grave nos conmueve (como en el cuento Las ruinas circulares). Pero lo cierto es que una dosis de fantasía no está reñida, gracias a Dios, con la realidad. Como tampoco la ficción no es un mundo ajeno del real sino, tal vez, su producto más refinado y sutil.
En la política, la imaginación creadora es la nodriza de los ideales por los que toda una sociedad se moviliza. Ideales nacidos de la actitud crítica ante la propia realidad, y no de una impostura urdida en contra de ella. Como un cuerpo sin espíritu, como algo real pero muerto, es aquella política que suscribe alegremente las muertes de las utopías. Si la utopía muere, empieza agonizar la realidad de la cual ella surgió. El horizonte humano se proyecta de ese modo vasto pero estéril. Igual al horizonte en las que ve sepultado sus esperanzas aquel que deambula en medio de un desierto.
Pero la gente tiene que comprometerse y hay asociaciones, así: la izquierda esta asociada al nacionalismo, al conservadurismo a diferencia de la derecha que esta asociada al globalismo o sea al liberalismo.
ResponderEliminarME PARECE PERTINENTE SU COMENTARIO, EN EL SENTIDO DE ASUMIR COMPROMISOS, AUNQUE NO ENTIENDO LA RELACIÓN QUE RESALTA ENTRE IZQUIERDA Y NACIONALISMO.ES UN PUNTO DE VISTA DISCUTIBLE, EN TODO CASO.
ResponderEliminarESCRIBÍ UN TEXTO SOBRE EL COMPROMISO POLÍTICO Y SOCIAL TITULADO "LA LIBERTAD DEL INTELECTUAL". SU COMENTARIO ME ANIMA A PUBLICARLO.
SALUDOS