martes, 11 de enero de 2011

PARADOJAS NAVIDEÑAS.

Una sola noticia puede revelar las paradojas y contradicciones sobre las que la sociedad precariamente se asienta. En un noticiario televisivo se mostró, días a tras, el caso de un niño pucallpino que padece la terrible leucemia. El párvulo, para costear los altísimos gastos de su enfermedad, y en medio de la pobreza familiar, confecciona tarjetas de navidad. Los ilustra con dibujos hechos por él mismo para, luego, ofertarlos al público de manera ambulatoria. El menor pedía a la población comprar sus tarjetas, en nombre de su mal, que enfrentaba con admirable tesón.

La navidad  tiene un rico significado. La historia del nacimiento que celebramos cada 25 de diciembre puede interpretarse en más de un sentido. Desde el más elevado como es aceptar que Dios está con nosotros desde entonces; hasta su sentido más simple: comprender el inmenso valor de la solidaridad que circula como pan de cada día entre los pobres.

LA NAVIDAD TRAICIONADA
La historia de Belén es el relato diario de los necesitados, que ya no sólo están recluidos en los ghettos, los barrios marginales o los bajos fondos. Cuesta difícil decirlo pero, en no pocos casos, la sociedad toda se ha convertido en un ghetto. Y en varias partes se encuentra una madre que no tiene como vérselas al momento del parto;familias hacinadas en tugurios y asentamientos que, incluso, son inhóspitos para la vida animal;huérfanos y niños anónimos que carecen del abrigo y sustento necesario desde el inicial vahído.

Los pobres de todos los pueblos son nacimientos vivientes, a la vista de cualquiera todos los días del año. Para ellos la navidad no tiene una historia sorprendente tras de sí. El estado de necesidad y el sacrificio forman parte de su “estilo” de vida. En cambio, lo que si les llama poderosamente la atención es como esa historia de pobres de Belén se ha convertido, por una suerte extraña y ridícula, en un lucrativo negocio. Otro accesorio de la insaciable maquinaria comercial.

El sistema de consumo y la ostentación hábilmente hicieron suyo una prédica que los condenaba desde el Sermón de la Montaña. Al no poder con el enemigo, (que le susurraba al oído: “¡Deja tus riquezas, dáselos a los pobres y sígueme!”), la lógica comercial adoptó la prédica como un insumo del negocio. Asimiló a la navidad con recreaciones mercantilistas, parodiando la vida dura y sublime de las pobres gentes. Papá noeles, árboles de navidad, cenas con pavo y champán, así como los regalos envueltos con el lujo de la frivolidad, todos son ornamentos de una navidad traicionada. El ritual comercial ha transformado la historia de pascua en algo banal. Hasta los pobres se han vuelto ajenos a su propia historia de navidad.

Ya no hay un sólo Belén. La Noche Buena se ha multiplicado en incontables días de desamparo. Los villancicos no son más que ecos lastimeros de niños sufrientes aquí y allá. Las manos vacías de las madres, que no tienen como alimentar a sus hijos, son pesebres vacantes. Están abandonados por los hombres y por el Dios que, acaso, ha huido avergonzado de tanta falta de humanidad.

La navidad fue hurtada a los que sólo son ricos en historia de indigencias. Y, reescrito con el arte de la opulencia, ésta historia se vende ahora a los que, como nunca antes, se sienten más empobrecidos.

LA ESPERANZA CORONADA
Quien ha caminado al caer la tarde o en las noches por el jirón de la Unión se habrá topado con un singular anciano. Tiene la barba blanca y poblada, la edad de cualquier abuelo y el semblante enternecedor de un desdichado. Se trata de un indigente de aproximadamente setenta u ochenta años de edad. Sentado en una banca, no encuentra mejor forma para ganarse la caridad pública que ofrecer la típica carcajada de un famélico Papá Noel. Su vieja lata, donde recibe la limosna, es toda su propiedad.

¿No habrá, tal vez, en el origen de los personajes navideños personas reales, como el niño enfermo o el anciano abandonado, los que han dado vida a niños Manuelitos y a viejos bonachones que la tradición ha idealizado? Que paradoja cruel sería el que la historia de los bienaventurados de la tierra se haya convertido en un instrumento más para acentuar las penalidades de su pobreza. Otra ocasión para que los privilegiados de siempre amasen fortuna con las compras navideñas, pagadas con el desconsuelo y la impotencia de los que sólo pueden compartir sus carencias.

Así, la navidad ya no es la esperanza coronada de los pobres. En su lugar, los adornos navideños que cuelgan de puertas y ventanas, las luces de bengala, la estrella de escarcha y los gorros rojos y blancos, son los nuevos signos del olvido. Toda la parafernalia navideña desplaza en importancia a los que deambulan hurgando en la basura su cena de fiesta.

El 24, a medianoche, recordamos a media voz, a todos los prójimos olvidados.  Y con esa ambigua sensación de culpa y alegría abrazamos a nuestra familia, recibiendo al Dios nuestro. El de los pobres en realidad.

1 comentario:

  1. Nadie hubiera podido describir mejor esta lamentable realidad. Lo triste es que todos repetimos casi inconscientemente que estas fechas son de reflexión, ayuda al prójimo, humildad y etc cosas, pero aún no nos convencemos de dejar de lado nuestros buenos regalos, la cena y nuestra familia para compartir aquel día con "un alguien" que ha pasado sus Navidades sólo y sí, efectivamente hurgando en la basura en búsqueda de su cena de fiesta.

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