lunes, 10 de enero de 2011

MODERNIDAD SIN PASADO

La Modernidad nos hace renunciar a la sombra del pasado, que busca perpetuarse en la continuidad de las costumbres y la tradición. Como lo sostenía Octavio paz, la Modernidad es una abierta ruptura con la tradición. Un lúcido esfuerzo por quebrantar el vínculo que nos une con el pasado. Sin pensar en sus consecuencias, a diario percibimos como la Modernidad clausura el pasado, haciendo del presente, por el contrario, una celebración.

En su sentido más coloquial sabemos que ser moderno significa estar a tono con lo nuevo, lo último, lo que está de moda. No faltan razones que justifiquen esta relación. Incluso, la Modernidad desaloja la moda imperante que se resiste a pasar de moda. Cuestiona lo establecido. Echa dudas sobre el mundo de vida cotidiano, que adquirió, con el paso del tiempo, el olor a reliquia, a lo viejo, a lo pasado. Lo que ya no está vigente cede su lugar a la novedad con la cual el futuro conmueve nuestro presente y lo tienta al cambio: dejar la tradición por la vanguardia. Y si acaso la vanguardia en vez de renovarse se instala en el ahora con ánimo de perpetuarse, se condena a ser superada por algo más actual. Hasta que esta actualidad se convierta a su vez en asunto del pasado y exija un nuevo cambio. Como Paz lo dijera: “la modernidad nunca es ella misma siempre es otra”. Algo así como la novedad que se cuestiona incesantemente en aras de la novedad.

Sin embargo, no es fácil dejar que el pasado siga vigente entre nosotros. Me atrevería a decir que no sólo no es fácil sino que, además, desde cierto punto de vista, no es recomendable. Ese punto de vista al que me refiero es el de la ética.  ¿No es verdad que las fuentes vivas de nuestra percepción moral son, en innumerables casos, la tradición y la cultura?. La tradición es la persistencia indefinida en el tiempo de normas y formas de comportamiento que se transmiten e imponen sin mayor justificación racional. Su validez reside en el simple hecho de ser una costumbre. Es mayor la fuerza normativa de la costumbre cuanto más antigua e inmemorial es la tradición a la que apela. No hay un autor de la tradición. Ella es el producto de una comunidad a lo largo de su historia. No es, pues, la manifestación de una voluntad particular, por el contrario. Es una creación anónima. A veces, el mito y la religión identifican sus autores y autoridades: Unos que divulgan la tradición, otros que la custodian.

En la época medieval se decía: la tradición "adquiere fuerza yendo hacia delante". Creo que aún lo sigue haciendo, con mucho más vigor. La tradición invade nuestro presente bajo la forma de esquemas o modelos éticos de comportamiento, que por su rigidez y ortodoxia, hace de los individuos, agentes de una voluntad ajena: la autoridad, la religión, los antepasados, etc. Una voluntad transmitida de generación en generación, que nos indica que debemos hacer. Al respecto, se me ocurre un ejemplo, extremo pero real.
    
La modernidad cuestiona a la tradición el haber subordinado el comportamiento ético a criterios arbitrarios e infundados. Fácilmente manipulables por algunos, los voceros de la tradición. Ser modernos significa liberarnos, en tanto agentes morales, de estos cánones de comportamiento presupuestos. Liberación o autonomía lograda por la razón, que hace prevalecer su exigencia de justificación racional de cuanto se haga o crea. Ya Kant había afirmado en relación con la Ilustración (otra forma de llamar a la modernidad), que ella es la liberación del hombre de su "culpable incapacidad de servirse de su propia razón".  Aunque parezca exagerado decirlo una minusvalía intelectual es no poder dar razón no de todo lo que hacemos (ello es imposible), pero si al menos de aquello que justifica nuestras convicciones o prácticas morales. Sucede que uno se excusa de razonar o exigir razones acerca del comportamiento ético, por no ocuparse en pensar, por creer que es menos fatigoso "prestarse" juicios u opiniones de una autoridad,  un libro,  una investidura o la propia tradición.

En la ciencia, la modernidad tiene a su mejor exponente de esa exigencia racional, libre de peculiares creencias o costumbres. No obstante, también en más de un sentido, el saber científico se ha constituido en un dogma aun más peligroso que el religioso.  Estas desmedidas pretensiones racionales de la modernidad han dado pie a que las reservas de la tradición respecto a lo que es bueno hacer para el hombre, cobren actualidad. Se proclama la vuelta a la tradición, a una ética e identidad cultural perdida, puesta entre paréntesis por el juicio crítico de la modernidad. ¿Qué es lo que está en juego?. De un lado, la universalidad de un discurso moral preocupado en indicarnos lo que es justo y racionalmente aceptable para todos los individuos, sin distinción. De otro, la reafirmación de las comunidades y tradiciones a defender su propia  identidad cultural,  sus propias valoraciones éticas orientadas hacia una forma de entender la vida buena. Si nos quedamos con la modernidad promovemos la universalidad de un discurso moral aparentemente neutral respecto a valores  y tradiciones comunitarias. Aun cuando se corre el riesgo de ser parte de una "invasión cultural", la del mundo occidental moderno, que se ha ido legitimando en nombre de esa universalidad, por cierto no infalible. Si, en cambio, asumimos la defensa de las distintas tradiciones que rivalizan ante esa universalidad, ganamos un contenido de lo que es bueno hacer para el hombre de carne y hueso.  Aquel que es diferente de otro, (pero no menos ni mejor), debido a sus diferencias raciales, culturales, etc.  Diferencias que no siempre son un estigma para el hombre, sino un punto de partida para respetar su dignidad de hombre concreto, histórico, comunitario. Claro que lo usual es hacer de esas diferencias un criterio moral al que, sin duda, siempre habrá de juzgársele relativo. Relatividad que no es buena consejera en asuntos éticos.

Este conflicto entre Modernidad y Tradición caracteriza la actual situación posmoderna. O. Paz decía también que la Modernidad es una tradición de ruptura. Curioso. La modernidad es entonces una tradición más de la que ahora gozamos sus favores y juzgamos sus desatinos. Su pasado aun le es extraño tanto como lo fue en su momento para el mundo romano su propia transitoriedad.  Sólo nuestras valoraciones éticas son un intento de escapar a este paso del tiempo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario